Polen en Cantabria 2015
Hoy hemos facilitado una información mediante rueda de prensa en el Comité de Aerobiología de la Sociedad Española de Alergología, en Madrid. En cuanto al polen en Cantabria 2015 (más…)
Dermatólogo. Alergólogo. Estética-----Igualatorio--C/Castilla 10, Bajo. Santander, Cantabria. PIDA CITA
Si el médico está obligado a la permanente actualización, en dermatología conviene vigilar, además de la actualidad, también el futuro inmediato. Aquí echamos el ojo a las tecnologías que pueden cambiarnos la piel. Creo que no son pocos los que piensan que no hemos salido ganando con la esclavitud a la que nos someten las tecnologías móviles. Son esos para los que la innegable utilidad de las mismas no compensa la fatiga, ansiedad, incomodidad y pérdida de tiempo y de privacidad que llegan a causar, al haber acomodado a nuestras vidas ese ordenadorcito que también sirve para llamar por teléfono (o nuestras vidas haberse acomodado a él). Pues esos «antitecnológicos» ya pueden temblar. Después de las gafas de realidad aumentada, después del reloj de Apple, la siguiente tecnología “ponible” (wearable) son los implantes cutáneos o tatuajes tecnológicos en la piel. Implante tecnológico que más vale conocer, pues ya empieza a estar aquí.
No imaginaría Cole Porter cuando compuso su inmortal canción en 1936 que su título (I’ve got you under my skin) se haría literalmente real en el siglo XXI. Muchas de las funciones que podemos realizar con el “smartphone” y otras muchas más las podremos ejecutar gracias a dispositivos insertados en el tejido subcutáneo. Los campos en los que comienzan a difundirse esta tecnología son el arte de las performances (el artista Neil Harbison, cíborg pionero, vive en España), el campo militar (sensores para pilotos), la medicina (monitorización de datos fisiológicos). Pero esto no ha hecho más que comenzar, como dice la revista Wired.
A nadie debería coger desavisado, tenemos antecedentes en la medicina, como son los marcapasos cardiacos o los dispositivos implantables para la liberación controlada de medicamentos anticonceptivos. Es verdad que también empleamos en medicina dispositivos que simplemente van pegados a la piel y no son invasivos, los parches de liberación transdérmica de medicamentos; algunos dispositivos digitales podrían ir pegatinas sobre la piel, pero no serían tan útiles como los implantes si se busca una permanencia. Y no se piense que no existen voluntarios para perforarse y colocar materiales extraños bajo nuestro tegumento: el éxito de piercings y tatuajes es revelador. Los reparos a invadir nuestra piel puede que no sean tantos como se piensa. Aspecto fundamental para el éxito de cualquier nueva tecnología es la aceptación por parte de los usuarios.
Visto que ya era posible colocar algunos artefactos bajo nuestra piel, ¿cómo no se iba a dar un siguiente paso? El de implantar dispositivos hoy día tan comunes como los de identificación por radiofrecuencia (RFID, esas pegatinas para la ropa que permite su trazabilidad a una empresa), sensores para recoger datos fisiológicos o chips para la autentificación y garantizar quiénes somos (cómodos para abrir cerraduras o para pagar). Aunque la utilidad para procesos de autentificación supone solamente una parte de la aplicación de esta tecnología, y los dispositivos implantables podrían llegar a recopilar parte de nuestra historia a la manera de una memoria, y así convertirse en parte de nuestra identidad. Esta memoria podría ser compartida con los demás, y ya sabemos que el otro fundamento del éxito de todas las tecnologías de este tipo radica en su utilización social.
La nueva vuelta de tuerca nos lleva de lo “ponible” a lo implantable, del iPhone al iMplant , de la realidad aumentada a la identidad aumentada. Porque entre todas las consideraciones que se pueden plantear, ésa es la que creo tiene mayor transcendencia: la fusión de la tecnología con nuestro cuerpo supone un cambio del paradigma que ubicaba a la tecnología y a nuestro organismo en lugares distintos. La transformación producida ya no radica en el cómo percibimos la realidad, sino que es nuestra propia identidad la que empieza a transformarse. Ahora veo con qué gran fortuna el DRAE aceptó en su ultimísima edición la palabra cíborg.
Como dije al principio, alguno habrá empezado a temblar. Se preguntará: ¿pero el éxito como artículos de consumo masivo de la tecnología implantable podemos darlo por seguro? Creo que es indudable la actual tendencia hacia los dispositivos “ponibles” como el mencionado reloj de la manzanita, y que el subsiguiente paso serían los chismes implantables. Pero ciertamente, habría que cuestionar el camino que puede llevar al éxito de estos últimos. La trayectoria hacia la generalización de esta tecnología debería superar los muchos problemas que se plantean, entre ellos los dermatológicos: posibilidad de alergias a estos materiales o el riesgo de favorecer tumores cutáneos. También hay otras consideraciones prácticas que pueden limitar la expansión de los implantables, como es la velocidad de obsolescencia de los dispositivos. Pero las principales controversias ante esta novedad son de índole filosófica. El sueño podría derivar en pesadilla por la amenaza para la libertad que supondría una evolución de la humanidad hacia la dependencia de las máquinas y un futuro más o menos distópico, pre o post apocalíptico, en plan novela ciberpunk. (Me gusta pensar que la ciencia ficción supone algo así como un Antiguo Testamento, un corpus de libros de los profetas de las innovaciones científicas socialmente transformadoras). Cuestiones éstas tan fascinantes como la de la singularidad tecnológica, que darán para otra entrada en el Blog de piel.
(Pensé poner la versión canónica de Te llevo bajo la piel, la de Sinatra, pero a la modernez de la materia le va mejor esta versión de Seether.)